ARMAND BOGAARTS: ‘El gran valor añadido del sur de Cataluña es la calidad de vida’

Experto en tecnología. Empresario y filántropo

Estudió Empresariales en Holanda y posteriormente viajó a Estados Unidos para cursar en Georgetown el mismo máster en Relaciones Internacionales en el que el Rey Felipe VI se matricularía ocho años después que él. En Norteamérica conoció a Lourdes, su mujer, -nieta del famoso arquitecto César Martinell, creador de las ‘catedrales’ del vino-, la responsable del vínculo emocional que le une a Tarragona y de que fijase su residencia en Tamarit. Antes, desde mediados de los 80, se dedicó a las telecomunicaciones en los Países Bajos y creo el germen de lo que hoy es Eurofiber, la empresa líder en Holanda y Bélgica con 31.000 kilómetros de fibra óptica y el 50% de todo el tráfico. En la primera década de 2000, tras afincarse en España, se desprendió de sus acciones y creó Jungle Park en Tarragona. “Quería un negocio más relajado y de pantalón corto”, resume en una entrevista publicada en el Indicador de Economía.

Después de unos años alejado de sectores ligados a la tecnología, Armand Bogaarts ha vuelto a los orígenes y es el CEO de Messagenes, una plataforma digital diseñada para informar, evaluar y coordinar proyectos de mentoría social. Según su visión, el futuro está en crear comunidades donde distintas organizaciones puedan introducir datos de forma ordenada para beneficiarse mutuamente de esa información sin tener que pagar grandes cantidades de dinero. Para entender este cambio radical en los procesos, pone como ejemplo la contabilidad: “Antes sólo se llevaban las cuentas para mostrarlas a Hacienda, y no para tomar decisiones de gestión; hoy sería impensable, ¿verdad? Pues con los datos sucede lo mismo”.

 

Desde una perspectiva internacional, ¿cómo ve el tejido empresarial de Tarragona?

Tarragona tiene un grave problema para captar talento. La teoría dice que todos podemos conquistar mercados globales, pero en la práctica es muy difícil encontrar personal especializado con las destrezas para hacerlo. Hoy existen 10 ó 15 tecnologías imprescindibles que muy poca gente sabe utilizar, y menos en Tarragona… si acaso en Barcelona, cuyo atractivo arrastra todo el talento de su entorno.

¿Alguna idea para remediarlo?

Estoy trabajando en Tamarit en lo que llamo talent village, un modelo diseñado para compartir talento entre mis tres empresas y otras que quieran participar. Se trata de compartir entre varios proyectos las capacidades de esos especialistas, a los que no necesitas a tiempo completo, y que –salvo las grandes corporaciones- tampoco podría pagar una pequeña empresa. Sin excluirlos, los consultores externos no me sirven para el día a día, porque no aportan la agilidad suficiente para reaccionar a la velocidad del cambio.

¿Algo así como un pequeño ‘clúster’?

Sí, a pequeña escala. Puedes crearlo en Tamarit, para un proyecto tecnológico piloto como el que te he mencionado, o en el Port para atraer especialistas en logística. En definitiva, se trata buscar herramientas que aporten músculo de una región que pierde talento y necesita encontrar formas de motivarlo.

¿No sirven las fórmulas tipo vivero como Tarragona Impulsa o Tecnoredessa, en Reus?

Encarnan una forma más tradicional de pensar. Las empresas sí están cerca entre sí, los empleados se conocen e incluso toman un café… pero no es lo mismo, no comparten visión, objetivos, ni un método de remuneración conjunto.

¿El talento se compra?

No solo es cuestión de dinero, ni de instalaciones… Creo que la cuestión crítica es pensar muy bien en la bonificación del talento y en su aprendizaje. Vivimos en un mundo donde unos pocos ganan mucho y la mayor parte recibe salarios bajos. La riqueza no se reparte justamente entre quienes crean valor; de alguna forma, volvemos al siglo XIX, con una gran masa de talento, muy bien formada, que trabaja por 1.000 euros… Por eso pienso que una forma de atraer talento es que participe en el capital.

¿Qué propondría usted?

Me parece interesante el concepto de las ‘phantom shares’ (acciones fantasma), que están conectadas a las expectativas de buena marcha futura de las compañías y en la que los empleados participan de un sistema bien regulado de beneficios en función de su compromiso e implicación. Para un experto puede ser muy motivador tener tokens de cinco o seis empresas.

¿Y con respecto al aprendizaje?

Creo que es muy atractiva la interacción con otros especialistas, donde tus propios compañeros te están educando (peer counseling), en un mundo donde tu diploma y tus conocimientos tienen una fecha rápida de caducidad. La universidad te enseña a pensar y a resolver problemas, pero se acabó eso de sacarse un título y echarse a dormir. Puede ser incluso más enriquecedor trabajar con expertos de diferentes campos y de distintas empresas que hacer carrera en una multinacional, que puede atrofiar el crecimiento personal.

¿Transformaría la educación universitaria?

Defiendo una universidad enfocada a no perder la curiosidad, a personas interesadas buscar soluciones, en aprender sobre muchos temas desde un enfoque multidisciplinar, a saber colaborar y trabajar en equipo con otros especialistas. Se necesitan personas sumamente motivadas, que sepan actualizarse constantemente en un mundo que cambia cada minuto.

Es usted un apóstol convencido de lo que llaman talent economy.

Estamos en una fase posterior a la economía de industria y servicios. Vivimos ya en la economía del talento donde el dinero no vale nada –hasta los bancos te hacen pagar por depositar el dinero- sin el conocimiento. ¿Por qué un país rico como Venezuela no funciona? Cómo va a funcionar un país se permite despedir en una huelga a 10.000 ingenieros del petróleo y cae un 50% la producción. Los países y las regiones que crezcan necesitan un superávit de talentos; está comprobado que las ciudades con una masa crítica de talento crecen más. Yo conozco bien el caso de Eindhoven, la ciudad con más patentes del mundo por cada 1.000 habitantes, más que Silicon Valley, que crece a un 6% anual. Se necesita un enfoque de región con personas que saben transformar el conocimiento en iniciativas económicas y cómo llevar esas empresas a un nivel más global.

¿Qué le parece el enfoque de la región del conocimiento Catalunya Sud?

Lo veo muy acertado, de hecho participo en el proyecto. Nuestro gran lastre es la falta de identidad propia. El sur de Catalunya todavía no es una fuerza tractora, sino que va a remolque. Hay pocas empresas de gran dimensión con raíces aquí. Digo a remolque porque tenemos multinacionales cuya cúpula no está aquí, ni sus departamentos estratégicos… Sólo mano de obra y uno o dos directivos con una capacidad de decisión limitada.

¿Qué estrategia de cambio seguiría?

Lo primero es la identidad, el orgullo de región. Sentir que no somos el fin del mundo sino el centro del mundo. El gran valor añadido del sur de Cataluña es la calidad de vida, la naturaleza, el mar, la comida, la gente… es un bienestar muy superior a la de Europa, y eso se debe traducir en productos y servicios enfocados hacia esa calidad de vida. El turismo, una industria química de valor añadido orientada a mejorar la vida de la gente, un sector agroalimentario centrado en la excelencia… Es un leit motiv posible, pero para ello se requiere construir confianza y orgullo.

En Tarragona tendemos en ocasiones al victimismo…

Primero hay una cuestión cultural, -en Tarragona y en España-, de sumisión a los poderes públicos, lo que yo llamo la vida de la ‘corte’. En los periódicos de Holanda el espacio que se deja a los políticos es mínimo, el resto es economía e iniciativas de la sociedad civil. Aquí es justo al revés, se mira siempre a lo público como solucionador de problemas. Y luego está la falta de la autoconfianza: no nos lo creemos y tampoco lo sabemos comunicar. Si dices que vas a abrir una oficina en Barcelona, los mejores vienen encantados; si dices Tarragona…  nada. Luego conoces a grandes profesionales que vienen de visita y se quedan impresionados, y algunos que se han establecido aquí, están encantados.

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