El actual Gobierno municipal de Tarragona llegó al palacio consistorial bajo la promesa del cambio, elevado al trono por el fuerte desgaste de Pep Félix Ballesteros y su equipo. Ha bastado algo más de año y medio de legislatura para observar una parálisis prácticamente absoluta en múltiples frentes. Tarragona, llamada a codearse con la jet set de las ciudades turísticas del Mediterráneo, apenas es hoy pionera en comunas piloto para gatos y cerdos vietnamitas, o todo lo más paraíso de patinetes eléctricos.
Tarragona no sólo no ha ganado empuje con el ansiado cambio, sino que ha perdido la escasa vitalidad que les quedaba a los iconos socialistas tras unos Juegos fallidos y navajazos diversos recibidos por vía judicial. Lo que es peor, cada vez se evidencian más los ‘tics’ que hacen poner pies en polvorosa a cualquiera que se le pase por la cabeza emprender o invertir en el término municipal. La Tarragona de Pau Pérez -desde su cartera de Promoción Económica- nunca fue ‘business friendly’, pero al menos sí un ‘vive y deja vivir’ en que se controlaban las tentaciones de las facciones más progres y se mantenía el seny de un socialismo moderado al que no dan alergia los negocios.
Con ERC acogotado por la tenaza podemita de Carla Aguilar y Hernán Pinedo, dos de las peores noticias que se han dado en décadas en la política local, y también apabullado por la guerrilla de la CUP, la inteligencia práctica de Jordi Fortuny no da abasto para echar balones fuera, como si fuera un estratega caído en desgracia y rodeado de talibanes. Entre todos ellos asoma Xavier Puig -mano de hierro de un alcalde desaparecido que sólo parece sentirse a gusto en minucias de corte intelectualoide-, orgulloso de convertirse en el enemigo público número uno de los principales sectores económicos de la ciudad, su azote particular.
No se conocían desde hace décadas una agresividad y una beligerancia parecidas. Que nadie se lleve a engaño, porque ya presentó sus señas de identidad una semana después de pisar el Ayuntamiento. Se podría preguntar al camping Tamarit cuánto le costó la pataleta de Su Serenísima cuando se levantó con el pie izquierdo y borró de un plumazo un parque acuático que cumplía con todos los permisos.
Llegaron después, con la misma arbitrariedad y bajo el mismo paraguas de un ecologismo casposo, la paralización de los proyectos del Golf Costa Daurada y de la finca de la Savinosa. Cuántas horas y cuánto dinero arrojados por la borda por el capricho de los nuevos señores feudales de la plaza. Que Dios nos pille confesados en una ciudad que se acaba de quedar sin POUM y donde el revanchismo va a campar a sus anchas si los votantes no le ponen remedio.
La última hazaña de Puig ha sido escribir a título personal al Ministerio de Medio Ambiente (Costas) para sumarse a la moda -tan de actualidad- de atentar contra el principio de propiedad privada, supuestamente en nombre de la regeneración de las dunas de la Platja Llarga. Un ataque frontal al principal subsector turístico de la ciudad, en este caso personalizado en el camping Las Palmeras. Ya sin ningún disimulo ni respeto al cargo institucional que ostenta, se comporta más como el líder de una ONG radical que como un responsable de Urbanismo de una capital de provincia.
Con el experto en casamientos -hay normativas en las que hace la vista gorda sin problema- ya encamado como nuevo rey de la inseguridad jurídica en el sur de Cataluña, y con la que está cayendo, queda la sensación de que le resbalan las inversiones millonarias de los empresarios turísticos en los últimos años, los cientos de empleos en juego, los impuestos que contribuyen a pagarle el sueldo o la imagen internacional de excelencia que proyecta la actividad de los siete campings de Tarragona ciudad. Además, pasa por alto una filosofía de vida que los convierte en los mejores aliados de la conservación del patrimonio natural.
Habrá que repetirlo una vez más. Sr. Puig: el factor clave para que las 70 hectáreas que van desde la Platja Llarga y el Bosc de la Marquesa hasta la desembocadura del Gaià puedan considerarse como una de las zonas mejor conservadas del Mediterráneo español está íntimamente ligada al desarrollo de esta actividad económica, generadora de mucha riqueza, que necesita grandes espacios verdes. Los campings son los primeros interesados en conservarlos. Seguramente que esta evidencia caerá una vez más en saco roto. Ahora sólo nos queda sentarnos a esperar una nueva ración de populismo y demagogia. Ánimo, seguro que sabrán sorprendernos con las próximas dosis.
*Héctor Álvarez es vicepresidente de la Agrupació de Empresaris de Tarragona y vocal de la Junta Directiva de la Associació de Botiguers de Tarragona
*Artículo de opinión publicado en la Tribuna del Diari de Tarragona