Categories: Opinió

CARLOS CASTILLO: A veure qui la diu més grossa

Históricamente, solo el PSC ha enarbolado una bandera que ahora también agita la plataforma En Comú Podem. Solo nosotros hemos defendido la radicalidad de un proyecto de España y Catalunya en la que todos y todas podamos sentirnos cómodos. Solo el PSC se ha opuesto al discurso verborreico, a veces irreflexivo e impositivo de jugar, como decimos en Catalunya, «A veure qui la diu més grossa», que se expresaría en la lengua de mis padres como «a ver quién la echa más gorda». Permitidme reflexionar sobre esto.

Estoy seguro de que en Catalunya existen manifestaciones literarias equivalentes al grito desgarrado que lanzaba el ingeniero y poeta hernaniarra, Gabriel Celaya: «Fecho y firmo en tierra vasca con la sangre de Unamuno, con lo uno que es lo humano de un unánime clamor, y suplico a Vuestra Eso: ¡déjeme ser español!». Se lo dedicaba a Franco, claro, que, como el PP y otras formaciones políticas, andaba por ahí dando carnés de españolismo y a Celaya, vasco y comunista, no se debían de dar.

En realidad, el poeta –«aspirante a poeta», decía él– reclamaba en ese ejercicio lírico, tener encaje adecuado en un modelo de país que solo acepta como propios a los que responden a determinados arquetipos, determinadas culturas, determinado idioma, himno o bandera. Quería ser español a su manera.

Y yo también quiero ser español a mi forma. Este catalán de sangre cartagenera quiere serlo en una España rica, plural, respetuosa y solidaria (si pudiera ser republicana, ¡también!). Pero quiero poder querer y no me dejan. No me deja Rajoy, que se limita a obligarme y persigue con saña a todos quienes reclaman el derecho a decir «quiero ser español a mi manera» (u otra cosa). Tampoco, desde el mismo planteamiento, me dejan otros, incluso en la familia socialista, aunque esta, como he señalado en otras ocasiones, tiene en sus documentos, negro sobre blanco, que el diálogo debe estar por encima de la imposición (Granada).

(Por cierto, que país este tan raro en el que al día siguiente de que varias personas sean condenadas a decenas de años de cárcel por delitos asociados a actos ilícitos de un partido, el máximo responsable de este sea reelegido con más del 95% de los votos).

Y en la acera de enfrente, tampoco me deja querer ser español el independentismo, que en las últimas décadas ha liquidado algunas de las señas de identidad de nuestro carácter como pueblo amable, inclusivo (aún lo seguimos siendo, ya lo sé, pero no me negarán que no es esa la imagen), contundente pero no beligerante… ¿Qué fue delseny? Creo de corazón que las palabras de Celaya podrían haberse dedicado también a los Mas o Puigdemont que, bien alimentados por la hidra del nacionalismo español y en una suerte de aplicación de la Tercera Ley de Newton, hacen de su capa un sayo y van a cantar con sus acólitos Els segadors, a la puerta de los juzgados en los que se reclama inhabilitar a representantes elegidos democráticamente por la comisión de actos que habían anunciado en sus programas electorales.

Estos días, Catalunya es noticia. Cloacas del Estado, guerra sucia policial, servicios secretos con pocos secretos… Un gobierno catalán que actúa como si el gobierno de España no existiera y luego se lamenta de que los persiguen como a delincuentes. Un gobierno de España que infla el pecho, reivindica la Marca España e ignora, hasta dónde le permiten unas leyes obsoletas y un poder judicial a sus pies, la voluntad de los catalanes y catalanas, tanto de quienes deseamos poder querer ser españoles como de aquellos que, legítimamente, desean lo contrario.

Cuando la política  se vive como un choque de trenes y cada uno de los maquinistas dice, como en aquella vieja película, «chufla, chufla, ¡como no te apartes tú!», estamos abocados al desastre. Cuando un bando (o una banda, no sé) defiende de manera ilegal e ilegítima «vamos a decidir y paso de nuestras leyes porque no me gustan» y el otro bando se cierra en banda, valga la redundancia, y es incapaz de articular un discurso más allá del «no tenéis derecho a opinar sobre esto», el desastre está servido. En serio, ¿alguien me podría explicar que tienen estas personas en la cabeza? No puedo comprenderlo.

Entre tanto, quienes abogamos por el derecho a decidir pero derecho acordado y consensuado con nuestras  normas básicas, tenemos la sensación de encontrarnos a punto de ser arrollados por estos trenes que avanzan de manera inexorable e irresponsable hacia el desastre. Esos trenes que representan uno y otro bando, y a los que no gustará este artículo, que intenta representar a todos aquellos que quieren ser catalanes y españoles a su manera. No de la forma que nos diga nadie. Pero tranquilos porque no, el desastre no va a ocurrir. Ni se va a declarar la República Independiente de Catalunya de forma unilateral ni vamos a tener a la Legión desfilando por la Diagonal. Unos y otros lo saben. ¿A qué juegan?

Carles CASTILLO
Diputat del PSC/TGN al Parlament de Catalunya

Sebastià Cabré

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Sebastià Cabré

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